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-482 - ban de aplaudir y de agitar pañuelos; los mas inme– diatos al Papa se arrodi llaban para recibir la Bendi– ción Apostólica y volvía a resonar el Christus vin– cit, Christus regnat, Chrislus imperat, dejando a todos los corazones embargados con la emoción del triunfo, mientras el Vicario de Cristo, no menos con– movido, se retiraba al interior del Vaticano. Día de gloria había sido aquel para la Iglesia, para Espafia, representada en todas su s regiones, para la Orden Capuchina y la Provincia de Andalu– cía, madre dichosa del nuevo Beato. Reproducíase entonces la escena de Ronda, cuando Cristo lo incor• paraba al Colegio Apostólico y S. Pedro y S . Pablo lo abrazaban al e111p ezar su apostolado. El abrazo de ahora era ante 50.000 almas, ante toda la cris • tiandad, ante la mi sma Es~aña, que estaba en Roma con el corazón y con el espíritu, y acababa de afir• mar por boca de sus 14.000 peregrinos, ante el Vicario de Cristo y la Cátedra de S. Pedro que la fe de España no moriría. El triunfo del Beato Diego, derrotada la impiedad y organizada la resistencia católica, era imponente y magnífico , y la corona de una vida de apostol ado y de lucha contra la revolu– ción moderna, que apenas podía lanzar un rugido de impotencia, viendo a la Iglesia que le acabJba de ce– ñir ante el mundo la diadema de la inmortalidad . Como en Roma y en todas partes no se habl aba sino de aquel magno acontecimiento, S. Santidad, al recibir a la peregrinaci ón española, pronunció un discurso memorable, altamente laudatorio para Es · paña y para el Beato Diego, del cual transcri bimos lo referente a nuestro asunto . Discurso de Su Santidad. -«Grande es el espec– táculo, hi jos amad is imos , que en este día se ofrece a Nuestra mirada conmovida. Es toda la España cató – lica, con s us lejanas co lomas , quien , representada

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