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-479- fo q11e la Igl esia reserva a sus heroes. No hay es• pectáculo en la tierra comparable a aquel, cuando la Iglesia, vestida de gloria, va a coger al santo y ha– cerle subi r las gradas del trono de la inmortalidad, bajo la estupenda cúpula de Miguel Angel, junto a la Confesión de San Pedro , cortejada por todos los poderes de la tierra, asistida por los Príncipes del S. Colegio Apostólico, y aplaudida por aquel océano · humano, en el que se hace el silencio magno del Apocalipsis, cuando ella se dispone a descorrer el velo de la imagen del Siervo de Dios que coloca en los altares. Antes de empezar el acto, ocupaban sus sitios respectivos el Cabildo Vaticano, presidido por el Cardenal Rampolla, Arcipreste de San Pedro; la Sggrada Congregación de Ritos, con los Cardena– les, Obispos , Consultores y Secretarios; los Emi– nentísimos Cardenales, Oreglia, Sanz y Fe,rés, Mo– cenni, Parochi, Bianchi , Ledekoski, Mazzella, Van– nu telli, Verga, Mflcchi; los Arzobi spos y Obispos residentes en Rom::1, más los 22 Prelados españoles, los Generales y Procuradores de las Ordenes Reli– giosas; los P. Provinciales de las Provincias Capu– chin as de Espgiia; la familia del Beato; Comisiones de la Diócesis de Cádiz, y finalmente, como testigo viviente del milagro , Sor Adelaida Quiroz Herrera. L:JS restantes tribunas estaban ocupadas por el pa– tri ciado rom fl no, grandes de España, títulos de Cas– til la, r1cadémicos, diputados y senadores. {1) ( 1) Entre los Obispos e,;pañoles , estaban, ad emás del Cardenal Sanz y Forés. los que entonces eran Ar– zobispos y Obispos, y después fueron Cardenales Mar– tín Herrera, Casañas. Cos y Ma ch, Aguirre, Spínola, Soldevila, Guisaso la, Almaraz y los Arzobispos y Obispos Costa, Morga des, Pal azue ln. Sánch ez de Cas– tro, González, Ruiz Cab31, Supervía, Saez. Catalá, Mut1oz Herrera y Calvo y Valero. etc.

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