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-4fl3- Milagro del sudor de sangre. - Incorporado el anterior milagro al proceso, vino otro, a los pocos años, aun más ruidoso y admirable. En 1865 fueron t rasladados los restos del Beato Diego, en presencia de la autoridad competente, desde el sepulcro primi– t ivo a otro construído con más decoro. En esta tras– lación nada se vió, digno de tenerse en cuenta y quizá ni llegó a abrirse la caja. En 1867, por man - 'f. dato de la S. Congregación de Ritos ;-se procedió a reconocer oficialmente el cuerpo del Beato Diego. El Tribunal Eclesiástico, médicos, notarios, etc. se hallaban presentes, y ante ellos se abrió la doble ca- ja, encontrándose los restos, recubiertos por una capa de adipo-cern. Causó gran sorpresa ver inco– rrupta y osificada la laringe, y, al proceder los mé– dicos a levantar la sobredicha capa, vieron con gran estupor los huesos manchados en sangre. La voz ¡mi– lagro!, acudió a los labios de todos. El milagro no acabó aquí. Para cerciorarse, los médicos procedie- ron al lavado de los huesos con agua pL!ra; pero, cuanto mejor los lavab :m, más aparecían las manchas de sangre, y las gotas se sucedían unas a otras, in • dicio claro de que procedían del interior de los huesos. (1) Este milagro ruidosísimo conmovió a Ronda y a toda España. Abierta información del hecho, vino el examen pericial y un nuevo reconocimiento, el 11 de mayo de 1869. Se encontraron los huesos manchados en sangre, con una doble particularidad, que éstos, al ser limpiados con un paño blanco, mojado en agua, daban un color rojo. y examinados con lupas apare- (1) En el altar del Bto. Diego de Sevilla se conservan dos pañuelos mnjados en sangre, y en la Postulación General de los Capuchinos en Roma la sábana man– chada con sangre de los huesos, en la que estos fueron envueltos.
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