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CAPÍTULO XXXI f Milagros después de su muerte (1 <s@ é) La Santa Iglesia exige para colocar a un S iervo de Dios en los altares milagros durante su vida y después de su muerte, considerando que esto últi– mo es una prueba irrecusable de la santidad del ve– nerable y de que ya goza del triunfo en la patria de los bienaventurados. No se deja ella sorprender por la credulidad sencilla del pueblo fiel, antes bien es tan rigorosa en el examen de los milagros, que el más exigente hombre de ciencia tiene que rendirse ante el hecho sobrenatural. Entre los hechos que vamos a citar, no todos tienen el mismo valor. Mas hemos de observar, an– tes de insertarlos, que la mayoría de ellos están sa· cadas del proceso de beatificación, donde se toman todas las garantías posibles para desvanecer toda po– sibilidad de error , como tribunal competentemente nombrado, prueba pericial, teólogos experimentados y juramento por parte del declarante . Es poco serio atribuir a los siervos de Dios milagros no debida– mente comprobados y examinados; mas sería notoria injusticia negarles los que tienen todos los criterios históricos de veracidad , y no hay que olvidar tampo• co que , aun dentro de los milagros , los hay de dis– tintos órdenes , desde el milagro sobre la naturaleza

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