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- 40 - itere in terrarn etc., y aquello: De excelso rnissit ignem in ossibus meis, et erudioit me. Pido que sea Su Majestad quien nos convierta: Conoerte me, Domine, et conoertur: y que sea quitándonos el corazón de piedra que tenemos y dándonos otro de carne dócil. Tengo muy presente aquello: Postquam conoertisti me eg i poenitentiam, et potsquam os– tendisti mi/u' percussi femur meum. Sin esto los castigos no aprovechan, esto sólo sin los castigos es suficientísimo. Bien sabido es aquello: Percussisti eos et non doluerunt, attrioisti eos et renuerunt accipere disciplinam. A mí me parece que nuestra petición debe ser de la conve1sión de las almas , de que no sea Dios ofendido etc.; mas no habemos de· señalarle a Su Majestad que el modo de esta conver · sión sea el castigo, salvo el caso que nos lo inspire, como a los Profetas en algún raro evento. El pedir esta conversión con misericordia y sin castigos, pa – rece se nos indica en el: lnter oestibulum et al– fare plorabunt sacerdotes, y más claro en el: Pater, santificetur nomen tuum, adveniat reg– num tuum, fiut voluntas tua, sicut in coelo et in terra. Si Dios nos manifestara que para la con– versión de los malos quiere valerse del castigo, y que éste nosotros se los pidamos, está bien; pero aun en ese caso instaría yo por aquel bien, y que si era posible suspendiese el castigo. Es de mt 1 - cha fu e rza en mi modo de pensar el Delens quod adversum nos eral chirograplzum decreti etc. Si en este caso me hallase con espíritu , pediría pa– ra mi el castigo y la misericordia para los demás. Somos sacerdotes, y no sólo habemos de procu– rar reconciliar con Dios al pueblo, sino aplacar tam– bién la divina justicia. Acuérdese V. P. R. que en los castigos universales padecen también los justos, y verá como no se mueve su corazón a pedir casti-

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