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- 429- de la Santa Cruzada, y el tomo II de la Mística Ciudad de Dios de la M. Agreda. A las diez llegó el P. Pérez, ahijado suyo, le hizo la recomendación del alma , a la que fué contestando con gran fervor, y le dió también la absolución de la Bula. Llegaron enseguida los médicos, a quienes manifestó el Siervo de Dios su sentimiento por la incomodidad que ha– bían tenido, les dió las gracias, y les pidió que no se molestasen más. Cuando se quedaron solos, volvió a llamar a su compañero Fr. José, y le pidió que leyera el capítulo de la Crucifixión del Señor en la Misfica Ciudad de Dios de la M. Agreda, oyendo su lectura con muchas y devotísimas lágrimas. Dábase gol pes de pecho, hacía continuos actos de amor de Dios y ex– tendía los brazos en forma de cruz, corno si quisiera imitar a su Salvador. Abrazado al Crucifijo, con la cara de éste hacia abajo, en actitud de abrazarlo ex– clamaba: - «¡Oh dulce Jesús, bien sabes tú que yo te amo! » A las doce de la noche le correspondía tomar al i– mento. Negóse el Beato Diego diciendo: - «Ni sirve, ni es hora ». Esta negativa obedecía al deseo de comulgar aquella madrugada. Llamó de nuevo al Padre Pérez, que no se había retirado de la casa, y le manifestó su deseo de co– mulgar. Indicóle éste su propósito de decir, en lle– gando la aurora, Misa en el oratorio de la casa y darle la Comunión; mas el Beato le dijo que no ha– bía tiempo, y que se apresurase a traerle a Su Ma– jestad de la vecina Iglesia de Ntra. Sra. de la Paz . Trájole el Santísimo, comulgó con grandísimo fer– vor y recogimiento, bebió una poca de agua, se lim– pió los labios con una tohalla, se compuso el hábito, y se quedó con gran quietud, recogido y suspenso y

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