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- --!25 -- zas, después de aplicarle unos cáusticos y de procu– rar que reaccionasen las extremidades, casi yertas. El Beato Diego repetía frecuentemente: - «La última nadie la cura. Para esto no hay remedio ». Y, dirigiéndose al hermano que lo cuidaba, re– petía: -«Fray José, ¡qué bello día el de la Encarnación para estar en el cielo! >) Al acercarse otra persona, confidente suya , le in– sinuó el Siervo de Dios: --«Muero de la epidemia. Los dolores de vientre son imponderables. Bendito el Señor que los ofrece, y que ha permitido la enfermedad a tantos. No hay que tener cuidado, pues muero alegre y conforme, y esto no trascenderá ni pasará de mí ». {l) Al verse cercano a la muerte todo un Beato Die– go te1t1ió. Contra su costumbre fué el disponer que se le diesen algunas medicinas y el que se esperase a un facultativo de un lugar próximo, en el que te– nia gran confianza . Notando el religioso que le asis– tía ciertos estremecimientos , le preguntó con soli– citud: -¿Qué siente Vuestra Paternidad de nuevo? -Esto es, hijo, miedo a la muerte . - Pues qué-replicó el religioso-¿la teme Vues- tra Paternidad? El Beato Diego contestó: - «Pues qué ¿no he de temer presentarme al Tribunal de Dios tan mal dispuesto? ». A un eclesiástico le dijo en esta ocasión : - «Siento grande dolor en el pecho; pida usted a Dios me dé conformidad. He deseado esta hora, (!) P. Alcober-Vida interior y exterior etc . del Beato Diego José de Cádiz .
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