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- 412 - ludibrio de las naciones, despojarla de su riquísimo imperio colonial, reducirla a potencia de cuarto o quinto orden, entregarla a guerras civiles y revolu– ciones intestinas, le envió a su Profeta, invitándola a la conversión y penitencia , proponiéndole que no se sumara a la revolución, sino que se mantuviera a lado de Cristo, sin traicionar su misión providencial en la historia. Hemos visto cómo la corte no conoció el día de su visitación, cómo fué visitada y castigada por la ira de Dios, cómo se enredó en una guerra con Francia, y fué vencida, e invadida la Península, y cómo, por consideración al Beato y a una porción de almas santas se aplazó el castigo. Conocemos además, que, lejos de responder la España oficial a este llamamiento, concertó en una de las cláusulas del tratado de pn la libre entrada de los libros fran– ceses, llenos de impiedad y virus revolucionario; que la inundación de perversas lecturas fué instantánea y form idabl e, y, cegado el Gobierno, arreció en su campaña regal ista y estuvo España en peligro de caer en el cisma. No ignoramos tampoco que parale– lamente a esta perversión intelectual y moral se de– sarrolló la inmoralidad en las costumbres. La voz del Profeta gritaba: «Pecados son estos tan enormes, que por ellos arruina Dios los reinos y los traspasa de unas gentes a otras. Regnum a gente in gentem transfertur propter injustitias et injurias , contu– melias et diversos dolos ». (1) !psi j'uerunt rebelles lumini, nescierunt vías ejus, 11ec reversi sunt per semitas ejus. «Fueron ellos rebeldes a la luz, ignoraron sus sendas y no qui~i eron volverse por sus caminos. » (2) (1) Eccli 10-S. Oración fúnebre del P. Ruiz , pági– na 405. (2) Job 41-1 5.
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