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-- -WS- buscar otro, y esto por medio de la suerte y p;:>r cé– dulas, poniendo en ellas tres sacerdotes de la mejor opinión por su piedad y sabiduría , y por cuarto al mencionado sustituto. Procedió a sacar las cédulas, en presencia de otra persona de su confianza, y me– tiendo las manos hasta tres veces sacó al cuarto , o sea, al que hacía de sustituto del difunto, como si es– tuviera la cédula sola. Aun así no acabó de resolver– se. Suplicó a la persona confidente suya que metiera la mano primera y segunda vez, y salió el mismo. No depuso aún su aversión al religioso que la Providen– cia le destinaba, y trató de consultar al Padre Cádiz. Escribe la carta y la echa en el correo ordinario. A las 24 horas, y en el momento en que apenas habría llegado a Córdoba la posta, estando en sus ejercicios de devoción la interesada, se quedó como dormida o abstraída de los sentidos, y vió que entraba por la puerta el Padre Cádiz, y, que llegándose a ella, la exhortaba eficazmente a la resignación en la volun– tad de Dios, tan declarada en favor del sacerdote por ella rechazado. Despierta la señora clespavoricla , y encuentra junto a sí una carta para dicho confesor, que el mismo Padre Diego le dejó para que de su parte se la entregara y conociera que la v isita no era ilusión del demonio . Entregó la carta la señora en propia mano, según era el encargo, y volviendo el confesor a los tres días a ver a su dirigida, le dió las gracias por su desconfianza y su resultado ; le mani– festó con sus propios términos todo el sermón que en espíritu le había dicho el Padre Diego, todo el texto de la carta-consulta, y cómo el Señor, con la rei,puesta milagrosa del Apóstol, le había iluminado en muchas ignorancias y equivocaciones que padecía. en su ministerio. (1) (1) P. Grazalema-Oración fúnebre, pág. 70
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