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dos, y au n más en el Párroco, que no pudo olvi– darlas nunca . (1) Fr. Manuel de la Redondela.-Oyéndole este joven predicar en Sevilla, tuvo deseos de ser capu– chino. Aprobó su determinac ión su Director; mas su tío , bajo cuya tutela estaba, se decla ró contrario a ella. Quiso consultar al Sie rvo de Dios, llegóse a besarle la mano, y , antes que le dijera una palabra, le contestó el Beato Diego: -Siga, hijo, su vocación. Dios le llama y quiere entre nosotros: no tenga duda. Firme, firme contra esa y toda tentación, y en cuantas vengan, acuérdese de lo que le dice este pobre enfermo. » (Estaba enton· ces conva leciente de la pulmonía.) Llegó este joven en nuestra Orden a g ran san tidad y murió prematu– ramente de Lector de T eología en Málaga, con sen– timiento de toda la Provincia, que le cuenta entre sus Venerables. En Sevilla, también , queriendo consultarle una señora en la parroquia de Santa Marina, se llegó a la sacristía, donde estaba el Siervo de Dios, echado de bruces sobre la cajone ra y con e l capuchc calado; m~s antes de que le hablas e, le contestó a cuanto quería preguntarle , dejándola asombrada. La caridad fraterna. -Eran muy devotas del· Beato Diego dos señoras de Málaga. Estaba el Sier– vo de Dios enfermo, y mandando ellas a preguntar por su salud, les contestó con la siguiente esquela: «San tit a Sibila: Dios sea con nosotros: Agradezco– el cuidado que usted y sus hermanas tienen de mi sa lu d; voy mejor, aunque todavía no voy al coro . Quizás en esta semana podré ir. Entretanto enco• mendadrne al S eñor. Me alegro esté n us tedes bue• (1) Proc . ,320

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