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-39-l - - El Se1ior las bendiga, hermano-replicó el Beato Dieg@, y siguió adelante. Al entrar en el pueblo y destapar la carga, que– dóse el hombre estupefacto y sin querer dar crédito n lo que veían sus ojos. La carga de pan se habla conver tido en calabazas. Acudió todo el pueblo a \'er el milagro. El Ayuntamiento se incautó de la n rga, se sembraron las calabazas, y aun hoy crecen en forma de panes en h pro vi ncia de Málaga. (1) >-. Confesión del toro . --Viniendo el Beato Diego Liesde Je rez a Sevilla , le cogió el anochecer cerca del co rtijo de Monesterejo , en tre Lebrija y Utrera. Como acostumbraba, reunió aquell a noche a toda la gal'ianía, a sus espo~as e hijos, y a las familias del contorno. El Beato Diego les predicó y eE,tuvo du – rante toda la noche confesándolos. Todos lo hicie– ron gustosos, menos un vaquero incrédulo, el cual afirmaba públicamente que, mientras no se confesase un toro bra vísimo, a quienes todos t emían en el corti– jo , no lo haría él. Allí a lo lejos, al amanecer, estaba el toro de la ganadería brava, con aspecto fiero y amenazador. Ib a a celebrarse la Misa, e iban todos a comulgar, con el desconsuelo de dejar al vaquero en su impenitencia. El Beato Diege, habló con el vaque– ro, y aceptó la apuesta, yéndose hacia el toro. Todos los del cortijo dieron un alarido de horror , y empe – zaron a increpar duramente al empedernido labriego , mientras otros corrían detrás del Siervo de Dios, tratando de disuadirlo. Siguióse un momento de te– rribl e angustia . Lloraban las mujeres, temblaban los hombres, el vaquero estaba pálido, y el toro al verlo llegar escarb3ba en el suelo y hacía ademán de em– bestirl e, cuando el Beato Diego , haciendo la señal de la cruz sobre el toro, lo hi zo caer de rodillas , (1) Proc. 30-l
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