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-393- dose en la muchedumbre la admiración que arrancan las obras de Dios. «Deseo hacer milagros asombrosos... Quisiera, a fuerza de maravillas, reducir a los impíos »... dice, en un arranque sublime, a su Director. Y la verdad es que, a la ciencia racionalista, que niega la posi– bilidad y el hecho del milagro, la ha puesto el Beato Diego, en vida y en muerte, en un verdadero com– promiso. Al ver al rayo desviar su trayectoria, mul– tiplicarse milagrosamente el pan y el trigo, y a los huesos secos sudar sangre , se queda la ciencia muda y helada de asombro. Aun en los milagros se retrata el carácter bonda– doso, jovial, dulce y simpático de Beato Diego. Una alegría santa quita a lo sobrenatural el miedo que infunde, para llenarnos de una saludable confianza. Vamos a irlos enumerando, deb idamente comproba – dos todos por testimonios fidedigos. Milagro de las calabazas .-Debió ocurrir este milagro en los primeros tiempos de su apostolado. En una de sus frecuentes excursiones a Gaucín, iba el Beato Diego con su compañero, seguramente en dirección al convento de francisc anos de aquel pue• blo, con los que le unía grande amistad . Debía haber salido de madrugada para llegar a media mañana, y como no permitía de ningún modo llevar provisiones, se encontraron extenuados del hambre y cansancio , a tiempo que se cruzó con ellos un hombre que lle– vaba un mulo, cargado de pan, en dirección al mis– mo pueblo. El panadero , al verlos veni r, pensó echar• les una excusa, en tanto que, 11 egándose a él el Beato Diego, le pidió por amor de Dios un poco de pan para su compañero. -¿Qué pan , ni pan? ¡Son calabazas!-contestó el hombre por despistarlos.

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