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-392- aparición de S. lldefonso, el suceso del Sagrario de Sevill a, las palabras del S. Francisco del cuadro de Murillo, los éxtasis en que se le sorprende, los res– plandores celestiales que le rodean con claridad des– lumbradora; y se refieren, admirados , cómo les adi– vina los pensamientos, los libra de los peligros con luz profética , se hace invisible en los caminos , está en dos lugares a un tiempo mismo , y no salen de su asombro al ver aquella serie continuada de milagros . Más grande y más ruidosa es la conmoción en el mundo de la desgracia y del dolor. Una estela de curaciones milagro;:as va sei'ialando su paso. Acuden las ciudades en masa para verlo y pedirl e a gritos por el ser querido, en brazos de la muerte. Las Iglesias están llenas desde la madrugada por oirle decir la Misa; los claustros a todas horas repletos de personas, las más ricas y repetables, ansiosas de, encomendarl e una necesidad, de pedirle una oración ,. una cedulita o una palabra de consuelo. No bien sale a la calle, se abalanza a él la muchedumbre por coger una cruz, un rosario, una estampa que llevar a su madre , a su hermana o a su hi jo enfermo; y, cuando• no lo consiguen, se acercan con furia loca a cortarle pedazos del manto y hábito, haci endo inútiles los esfuerzos del piquete de soldados que lo custodia, a bayoneta calada. En los caminos están esperándole todos los enfermos del pueblo que se pueden mover , y que, al divisarlo ,empiezan a dar gritos desgarrado· res, pidiéndole la salud y la vida. El tierno corazón de Fr. Diego se conmueve ante aquellas escenas de· dolor, ante el grito suplicante de la desgracia. Es. entonces, cuando, con humildad profunda y con fe que traslada las montañas, pide a Dios que haga. ostentación de su poder, y se ve al enfermo sentirse curado, al ciego percibir la luz del día, al baldado, saltar de la camilla, y salir dando voces , producién--

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