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CAPÍTULO XXVII Milagros del Beato Diego El que haya leído cuanto llevamos escrito del Siervo de Dios, verá con cuanta razón puede lla– mársele el Taumaturgo de su siglo. Al divulgarse sus hechos extraordinarios, púsose en conmoción toda Andalucía. Decíase de él que una tempestad se cer– nía sobre la ciudad prevaricadora, si no se reconci · liaban los enemigos; que un terremoto le precedía para ablandar los endurecidos e0razones; que en sus manos se multiplicaba milagrosamente el pan; que había obtenido en una noche de horrible tempestad el que Dios no destruyera a Málaga; que hizo toldo de las nubes, mientras predicaba en Córdoba ; que le vieron en Granada echar llamas por la boca; que una paloma misteriosa se pone sobre sus hombros cuan· do predica; que los ciegos, los cojos, los baldados recobran súbitamente la salud. y que un poder sobre– natural e irresistible acompaña a su misión y a su persona. Unos le comparan a Jonás delante de Níni ve, otros a Elías, y otros, finalmente, a S. Pablo , a S. Antonio de Padua o a S . Vicente Ferrer, y todos reconocen a una que se ha levantado un profeta gran– de en Israel y que Dios ha visitado con su misericor• dia a España. Dentro del clJustro , cuéntanse los religiosos la

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