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-379- señor y al esclavo, al grande y al pequeño. Por oir– le el labrador deja sus arados, el negociador sus asuntos, el hombre de mundo sus diversiones, el de– licioso su mesa y su descanso, el abogado su bufete , los artesanos sus trabajos, y, para concluir, todo el mundo le sigue. Hasta los mismos malvados forman parte de sus numerosos oyentes . Los templos más capaces no pueden llevar tantas almas, aun los des– poblados y plazas son angostos para tan extraordina– ria muchedumbre. El Foro y el mercado todo queda desierto; las ciudades enteras se trasladan al sitio donde predica, y la Iglesia mira con gozo la época de bendición que le profetizó Baruch por estas pala– bras: Levántate, Jerusalén santa, y desde un lugar excelso mira hacia el oriente y repara en tus hijos congregados desde el nacimiento del sol hasta su ocaso por la palabra del santo , gozosas en la memo– ria de su Dios » (1) Enseñar al pueblo fiel, defender el depósito de la verdad revelada, combatir a los impíos sembrado– res del error, desenmascarar a los hipócritas, en aquel siglo numerosos representantes de la revolu– ción mansa , hacerse temer de los incrédulos , ésta fué la misión de la ciencia del Beato Diego . En la célebre visión de la espada sin puiio se lo recuerda el Padre González : «Me parece que esta es la obvia inteligen– cia del salmo 149. Exaltationes Dei in gutture eo– rum: et gladií ancipites in manibus eorum: por lo que yo, conocidas las circunstancias, entiendo de tí y del fin para que estás en el mundo y eres misione– ro, lo impides ciertamente, si no oras, alabas y bendi– ces y glorificas al Señor antes de manejar esa aguda, afilada, irresistible espada que se te ha puesto en las manos. ¿A qué te ha mandado Dios a los pueblos (1) Fr Mariano de Sevilla-Oración fúnebre, pág. 31

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