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- 378 - ha influido siempre con loa en la aprobación de la doctrina de los santos. Vivir puro en medio del con– tagio, no ofrecer incienso a los falsos adoradores, cuando ellos son los preceptores del mundo al que han corrompido, y sí, por el contrario, hablar y predicar de la ley olvidada, los preceptos perdidos, el Decálogo abandonado, la religión oscurecida es decisión que sanciona a favor de semejantes hombres. Los profetas, los apóstoles, el mismo Jesucristo han sido con esta notable recomendación. Así también nuestro P . Fr. Diego de Cádiz, sólo con la diferen– cia de que su época, más corrompida que ninguna, se ha nutrido con el veneno de todas. Ella tiene la más acendrada médula de los Celsos, Julianos, Por– firios y Apolonios; goza de todo lo malo y pestilente de lo más antiguos y modernos; añade a la malicia suma de sus nuevos comentadores el gusto y primor de la bella ciencia, que todo unido forma la mortal comida de una desmedida impiedad, devoradora del trono y religión, perturbadora de la paz santa y nu– tridora de males excesivos y tremendos » «Así sus trabajos son los mismos y aun mayores que los de los más grandes hombres de Dios, su lu– cha la más sostenida, su pelea la más feroz y espan– tosa; pero sus frutos los más copiosos . Conversio– nes innumerables que han hecho millares de verda– deros penitentes, teatros demolidos, cruces erigidas, hermandades fundadas, triunfos y cuadros colocados en honor de la Santísima Trinidad, llantos y gemi– dos, pública penitencia, aunque en breve olvidada, es todo y mucho más cuanto sus sermones han hecho de frutos hermosos y benditos. La iniquidad llama al presente siglo los días de su triunfo y de su reino; mas a su pesar y despecho, la doctrina de este Ve– nerable Padre pone en tumulto y confusión a sus se– guidcres; arrastra tras sí al rústico y al letrado , al
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