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-377 - dora. Abrense las inteligencias a la verdad, hija del cielo, y los corazones al rocío divino de la gracia que cae sobre ellos. Es inmenso el poder de la ver– dad, cuando viene sellada con el sello de Dios, en nombre de Dios predicada y distribuída, y envuelta en la aureola de la ciencia, quizás, como advierte S. Agustín·, porque nada hay que ame el hombre tan vehementemente como la verdad, por estar creado para ella, y en ninguna parte, CO!TIO en la fuente so– brenatural, puede beberla tan cristalina y pura. Co– mo ante el haz del foco luminoso huyen las tinieblas, así ante la ciencia del Siervo de Dios, errores, du– das y prejuicios huyeron deshechos , quedándose las almas dulcemente enamoradas de la religión y de la virtud. Aquellas almas, como las de hoy, estaban atormentaias por las dudas, cegadas por la ignoran– cia religiosa, llenas de las interrogantes que abren los misterios de la vida, oyendo atacar por todas partes a la religión, solicitadas unas por el ansia de placeres y riquezas de aquella sociedad opulenta y fastuosa, reciamente sacudidas otras por la amargu– ra de la tribulación, y todas necesitadas de la cien– cia y de la palabra divina. La ciencia y elocuencia del Beato Diego las elevaron a las serenas regiones de la verdad y las dejaron en brazos de la fe y a los pies de Cristo . «No debemos envidiar- escribe Fr. Mariano de Sevilla-aquellas edades florecientes, en que se nos cuentan los espléndidos sermones de los Franciscos , Antonios, Ferreres y Domingos: todo su lustre se ha trasladado a nuestro siglo en la persona del V. P. Fr. Diego José de Cádiz. En verdad, su predica– ción ha sido adornada de circunstancias raras y estu– pendas, que a la fuerza es necesario calificarla de extraordinaria y superior. Por lo común el tiempo y las circunstancias ha sido una cualidad preciosa, que
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