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- 375 - riencia , todo esto no basta a explicar lo que fué su ciencia admirable, en la que, si la parte natural y ad– quirida era asombrosa, la sobrenatural e infusa tra irresistible. Se le había prometido visiblemente en los principios de su apostolado: Ego daba vobis os et sapientiam , cui nonpoterunt resistere omnes adversarii vestri. (1) fntellectum tibi daba et ins· truam te in via hac qua gradieris; firmaba su– per te aculas meas. Y en efecto, la ciencia y elo · cuencia del Beato Diego era como una espada de dos filos , que llegaba hasta lo hondo del alma. El don de ciencia, el de consejo , el de entendimiento y el de sabiduría le habían sido dados por el Espíritu Santo. Al oir sermones como el de S. Agustín de Granada, el de la Inmaculada en Málag a, el de predestinación en Sevilla, el dP S. Miguel de Jerez, el de la sala de los Concilios en Toledo, y los de Trinidad, los hom– bres más sabios y encanecidos en la ciencia salían dando gritos de asombro . Confiesa el P. Luis A. de Sevilla que mientras existiera Málaga no se olvi– daría el sermón de la Inmaculada. En las conferen– cias a los protestantes de Cádiz se llegó a él el ca– nónigo penitenciario D. Cayetano Huarte, uno de los oradores más célebres de su tiempo, y le dijo: – « Vaya Vuestra Paternidad con el consuelo de que, si no todos los que le han oido en esta tarde se han convertido , todos, si, han quedado convencidos y sin tener que oponer a sus argumentos. Demos las gracias y la gloria a Dios » (2) Sobre la manera pro· digiosa de exponer la S . Escritura, el P. Pascual Díaz, Catedrático de Teología en la Universidad de Sevilla y hombre de ciencia y de virtud, decía a sus compañeros: «En este ramo es este hombre extraor- (1) «El Director Perfecto». Carta de 13 de septiem– bre de 1719. (2) P. Luis Antonio de Sevilla, pág. 34.
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