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- 374- Al entrar a predicar en el Ayuntamiento de Se– villa, leyó en las Casas Capitulares: Cura rerum publicarum. Durante tres días las comentó de modo tan admirable, que desde las «Ordenanzas Reales )) hasta la fecha, fué entresacando toda la legislación vigente, de modo que el Conde del Aguila, D. Mi– guel Espinosa, bibliotecario y hombre muy erudito, decía a los miembros del Cabildo: «Si hubiese sido el Padre nuestro archivero medio siglo, no pudiera es– tar más instruído en nuestros acuerdos y ordenacio– nes. )) «Ni la medicina, ni la política, ni la agricultu– ra, ni las bellas artes se escaparon a su penetración -escribe el P. Luis A. de Sevilla-como lo comprue– ban las disertaciones que leyó en las Sociedades Médicas de Sevilla, Motril y Sanlúcar, que lo nom– braron su socio honorario )) «Concluyamos aseguran– do a todos- dice el mismo biógrafo -no sobre nues– tra palabra, sino bajo la voz y concepto de todos los sabios de la nación, que le oyeron, trataron y consul– taron, que de cuanto puede ofrecerse a tratar a un sabio, habló Fr. Diego con solidez, con abundancia, con hermosura y elocuencia, cual si fuese nutrido desde pequeño en cada una de las facultades y cien· cias » (1) Ciencia infusa. -Aun dejando sentado que el Beato Diego poseía un entendimiento vasto, una pe– netración vivfsima y aguda, una memoria extraordi– naria y treinta años de estudio, de práctica y expe- de Sevilla, por tratarse de un hombre eminente y cele– bérrimo, a quien por su elocuencia eligió la ciudad de Cádiz, sublevada , gobernador mi li tar, pudiéndose orga· nizar el mícleo de tropas que con las del general Cas· taños ganaron la batálla de Bailén. Su oración fúnebre es modelo en su género, un primor literario, dechado de gravedad y de elegancia. (1) P. Lu is A. de Sevilla , pág. 245.

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