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-- 364 - mana y la grandeza de lo desconocido , 1h ma, como una niña sumisa, a la Iglesia, para que le explique los misterios divinos, le hable de lo sobrenatural y la guíe en los tenebrosos arcanos de la vida. Mas entonces no se c,rncebía a un ilustrado, sino lleno de suficiencia propia, despotricando contra todo lo di– vino y humano, lanzando acusaciones contra su pa · tria y su histori a, combatiendo a la Iglesia con ch is – tecillos y calumnias, echándola de espíritu fuerte, y convertido en piedra de escándalo del pueblo espa– ñol. Sin sentido constructivo de ninguna clase, su labor se reducía a negar, a destmir , a dilapidarlo todo, poseído de un espíritu nihilista que aterra, de una abdicación de la propia persona lidad más aterra– dora todavía , y de una vesania, que ante el juicio, severo y formidable del siglo XX , ha de ser despo· jada del sagrado nombre de la ciencia. para ser ca– lificada como degeneración y petulancia. Hemos hecho estas consideraciones, porque al presentar al Beato Diego como llamado por Dios para confundir a la falsa ilustración de su siglo, es necesario fijar antes las posiciones de uno y otro ejército en esta singular batalla . Precisamente por ser el triunfo tan sonado y complete ; por ser el avi – so de Dios a aquella falsa ciencia que se aleja– ba de él , a fin de que ante su juicio divino los pre– tendidos sabios e ilustrados fuesen inexcusables; y por haberlo condecorado las universidades del reino ccn las borlas de la ciencia de su tiempo, es intere· sante y hasta necesario examinar lo que era la cien· cia del Beato Diego y dejar esclarecida y limpia su figura del polvo de las discusiones. ¿Era el Beato Diego, como algunos decían, el lego iluminado de nuestros tiempos o un verda– dero hombre de ciencia? En otros términos: ¿era su ciencia toda sobrenatural e infusa , o había en ella mucho de natural y adquirida?
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