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-J58- tendría que dar cuenta a Dios. En los caminos, en los viajes, guardó el silencio a sus horas. Cuando trnia que atender a los seglares, con inimitable gra – cia Ilevaba·Ia conversación hacia las cosas de Dios, con tal encanto que los dejaba instruidos y edifica– dos. (1) Al llegar a los conventos, los jóvenes co– ristas o estudiantes se decían unos a otros: «¡Vamos prontamente y con anticipación al coro, que está all1 el Padre Cúdiz! ¡Cuidado con el silencio, que está en casa rr. Diego! » (2) ¡Admirable poder el del ejempl o! ¡Qué fuerza la de la virtud! Porque, corno observa uno de sus biógrafos, nunca se metió a predic1dcr de los demás religiosos, ni a ser censor ni fiscal inoportuno e indiscreto de sus hermanos pa– ra con los Prelados , pues con sola su presencia y su ejemplo bastaba a desterrar cualquier abuso y a com– ponerlos a todos. (3) No consintió ni permitió nunca la murmuración . En presencia del Beato Diego no se podía murmurar , ni dentro ni fuera del convento. Si tenía au toridad sobre los murmuradores, les insinuaba con exquisita amabilidad y delicadeza que aquello no era permiti– do, o variaba la conversación; y , si eran superiores a él, en el disgusto y contrariedad de su semblante hallaban la reprensión, aunque la prudencia sellara sus labios. Ni de autoridades eclesiásticas, ni de las civiles, ni de los sacerdotes se podía murmurar en su presencia. (4) Dulzura y amabilidad del Beato Diego-En su trato no gustaba las palabras ásperas, sino la ama– bilidad y dulzura. A todos los acogía amablemente, y salían de su presenci a edificados. No podía figu- (1) Proc. 21 G. (2) P. Luis A. de Sevilla , pág. 24G. (3) P. Luis A. de Sevilla , pág. 2-16. (-IJ Proc. pág. 5S.

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