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-352- •ción la pureza original de la Madre de Dios, fué in– vitado a hacer el juramento y lo hizo con especial júbilo de su alma. En la conversación que se siguió a este acto, dijo al religioso que llevaba de com– pañero: - «Si el S eñor dejase a mi elección padecer mar– tirio en obsequio de la fe o de la castidad, me pare– ce que daría mi vida en obsequio de esta. » Hemos tratado de medir la fe del Beato Diego que queria suplir la de todos los impios e incré· .dulas de su tiempo y /zallaba dulce y deseable el martirio , y cuando creíamos que no es posible llegar a más, vemos que aun le supera el amor a la cast i– dad. La prueba suprema del amor es el martirio , y este lo hubiera sufrido gustoso por ella, aunque Dios quiso que fuera sólo mártir de deseos . Libertinaje de su tiempo .-Debió padecerlo y grande en su corazón, al ver lo despreciada que era esta virtud en los tiempos modernos. En un pueblo cristiano la aparición de la impiedad y del error, la dureza incomprensible de los corazones , la apostasía de las masas van siempre acompañadas del desbor– damiento d e la licencia y de la dehosnetidad , y en– tonces, como ahora, la corriente de la impiedad y de la moda nos vino de Francia, sin que hubiera poder humano que pudiera atajarla. Los tra jes de corte, los escotes escandalosísimos, los peligrosos bailes de sociedad, los teatros impuros , las lecturas obsce– nas, toda esa corriente anticristiana e inmoral , que vino y sigue viniendo del país vecino , arrasándolo todo, en nombre de la elegancia y del buen tono, tuvieron en él un enemigo form idabl e. Mucho consi – guió en más de treinta aiios de apostolado. Triunfó y reinó la modestia sa nta, acabáronse los bailes, ce– rráronse y arrasáronse los teatros, ardieron los li– bros impíos; mas Fr. D iego pudo decir a füpaiia :
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