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·- 351 - atacado su esposo de una grave enfermedad , de la que escapó de modo milagroso. (1) Mortificaclón. - Si la castidad crece y se conser– va como el lirio entre las espinas, bastará recordar sus espantosas morti ficaciones para convencerse de que su cuerpo, cargado de trabajos, extenuado por el ayuno, cubierto de cilicios, tratado por ¿1 como un jumento despreciable,-esta fué su expresión co– rriente - no se atreviera a rebelarse contra el espí– ritu. En su modestia exterior fué un espejo, donde podía mirarse todo el mundo, sintiéndose edificado y llamado a Dios. Yendo una vez ! levando el Santísimo en unas andas, en unión de varios sacerdotes, y como fuese en día calurosisimo, cubierto de sudor, un sacerdote amigo suyo, quiso limpiarle el sudor con un pañuelo; mas él retiró el rostro tan violentamente, que el sa– cerdote se asustó. Es que el temor santo de ofender a Dios rodeó sus carnes durante toda su vida, el amor de la castidad gobernó su alma, y al fin de su existencia, agradecido a la protección de la Santísi– ma Virgen, pudo decir a un íntimo suyo: - «Benditas sean las misericordias de mi Señor, que por la intercesión de mi Señora de la Paz, he conseguido tenerla sobre mi carne y espíritu. » Hay un pasaje en la vida de nuestro Apóstol, que pone de relieve todo su amor a la castidad. Pre– dicando una novena a N. Padre Jesús en la calle que llaman de las Armas , como en todas las hermandades de Sevilla se hacía el tradicional juramento de de– fender hasta derrama r la sangre el misterio de la Inmaculada Concepción de María Santísima, Fray Diego , que era un defensor fervorosísimo de este misterio, y veneró siempre con especialisima devo- (1) Card. Vives. pág. 282.

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