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-350- do le pedían la mano para besársela la daba con di– simulo envuelia en el hábito, y cuando las madres, a: impulso de su devoción, se arrodillaban con los nifios para que les dijese el Evangelio, la innevitable in• mediación a ellas le alarmaba en extremo, lo que se conocía en el rubor de su semblante. Quería el Bea– to, que le acercasen a los niños pequeñitos, porque miraba en ellos a los poseedores del reino de los cielos, y a semejanza del divino Maestro no quería que les impidieran acercarse a él. Los recibía con amabilidad, los acariciaba y agasajaba, les regalaba cruces y se las hacía en la cabeza y en la frente; pero se notó que raras veces tocó el rostro de nin– guna niña. Caso de Málaga. Instándole en Málaga la se– fiora del cónsul de Holanda a que viese la rara her– mosura de una nii'Ja de tres a cuatro años, que el Beato había bautizado, se resistió bastante; pero al fin, por no disgustarla, la tomó en brazos, y ponién– dole la mano en la angelical carita, dijo estas pa– labras: - «Comadre, tanta hermosura no está bien en !a– tierra. En el cielo se perfeccionará y estará segura ». La niña se criaba sana y robusta; mas al tercer día su alma voló a la gloria. La madre , anegada en lágrimas, solía decir: - Yo tuve la culpa de perder a mi Josefa, por lo imprudente que estuve en hacer que mi compadre la mirase. > Le oyó decir esto Fr. Serafín de Fornacio (ge– novés) de suma sencillez y gran virtud , y le res– pondió: - Calla , tonta, que si no hubiera muerto Pepita , estarías viuda. Fr. Diego consiguió este cambio ». Efectivamente no pasó mucho tiempo sin que fuera,

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