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CAPÍTULO XXIII Castidad En los principios de su apostolado, cuando sus espantosas penitencias no habían logrado ajar su na– tural y viril hermosura, (1) previendo todas las luchas que iba a sostener, una de las gracias que pidió a la Santísima Virgen de la Paz , y que supo por revela– ción haberle sido concedida, fué que ella se constitu– yera en protectora de su castidad y pureza , y no per– mitiera que el demonio lo tentase en esta materia sobre su flaqueza y debilidad. Repitamos una vez más que , elevado el Beato Diego a las alturas de la perfección, adnumerado entre los Apóstoles, recreado con visiones y favores divinos, destinado a llevar el nombre de Dios entre los reyes y grandes del mundo, viviendo en las altu– ras de la celebridad y de la fama, necesitaba, como S.rn Pablo, un contrapeso , un lastre, para que la magnitud de las revela ciones no lo enrnberbeciera, y este fué el stimulus camis, que experimentó también durante su vida nuestro Beato Diego. Por esto, al leer su correspondencia, donde con tan vivos colores pinta sus pasiones y las embestidas del de– monio, donde quiere aparecer como un monstruo de (1) Hermoso como Absalón, lo llama el P. Cabra, en su oración fúnebre, pág. 20.

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