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-343 - ;go Melgar y del Padre Ruíz. Véase cómo los desen– mascara y descubre: «La Santa Iglesia no puede subsistir sin una reli– gión que le dé vida, sin una Suprema Cabeza que la gobierne y sin un pueblo fiel en quien se sosten– ga. Pero el impío que ha depravado sus caminos, mi– ra todo esto con ojeriza, y quisiera, si le fuese posi• ible , exterminarlo. Le es muy duro el haber de suje– tarse a la confesión de un solo Dios, de una sola fe y de un bautismo solo, con cuanto en esto se com– prende; le es insufrible la necesidad del culto , de su decoro y de su magnificencia; y le es intolerable el yugo, aunque suave, de la ley, la carga ligera de sus preceptos y el peso nada gravoso de sus obliga– -ciones. Para él es el Evangelio impracticable, sus máximas imposibles y sus consejos ignorancias. Los Libros Santos, las instrucciones sobre el catecismo y la palabra de Dios en boca de sus predicadores, ·son menos en su estimación que un entremés ridículo, -que una representaci ón obscena, y que un teatro, el más inmodesto y provocativo. La majestad de los ,oficios divinos, el uso de los Santos Sacramentos y la práctica de ciertos piadosos ejercicios que la cris– tiana religión nos recomienda y aun nos manda, no le merecen otra aceptación ni son en sus labios otra -cosa que unas estafas al pueblo, unas supersticiones fanáticas y unas ocupaciones de gente ignorante, -ociosa y sin honor. Los que así piensan , que son mu– chos, no reparan, antes bien osadamente afirman, .que el atraso de los pueblos, la decadencia de las artes y los desmedros del Estado no se deben atri · buir a otros principios que a estos. Pero se engañan, como culpablemente se engañaron los hebreos en los -tiempos del santo Matatías, en atribuir a esto, y no a su impiedad, los males que experimentaban. Sí, por– .que es dogma de fe, acreditado con repetidas expe-

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