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-342 - cuarto, creyéndolos ladrones, con gran aparato de fusiles. Al día siguiente, como le recordasen mohi· nos el lance y el Beato se gloriase de la apacible no· che pasada, le preguntó el sencillo donado: - « Padre ¿en qué estuvo lo bueno de la noche? - En haber estado hospedados en el Palacio de la santa pobreza. Allí estaba Dios y allí estaba nues– tro Seráfico Padre ». Contradicciones. - Fueron no pocas las contra– dicciones que su amor a la pobreza santa le ocasionó y los disgustos que sufrió por tratar de restablecer– la en su verdadero espíritu en los conventos, espe– cialmente de religiosas, a las que procuraba exhortar a esta virtud con grandísimo empeño, y cómo le re– cordaran lo que tuvo que padecer por esta causa, añadía: - «Al fin yo padezco, pero la santa pobreza ga– na su partido». (1) El defensor de los bienes de la Iglesia.– Dos cosas vamos a advertir antes de terminar es– te capítulo de la santa pobreza. Una es que nadie ha di cho a los ricos y a los nobles verdades tan amargas y tan duras, como en el discurso a la Maes– tranza de Valencia, donde con justicia, prudencia y caridad aplica el cauterio a los vicios de los nobles y ricos de nuestros tiempos. Otra que el Beato Diego, la austeridad y la po– breza personificadas , fué acérrimo defensor de la pro– piedad de la Iglesia, del esplendor del culto divino y de los bienes de las Ordenes Religiosas que pueden poseer.La impiedad que ya meditaba en el despojo de los bienes de las manos muertas y declamaba con– tra ellos, oyó de sus labios las terribles amenazas, contenidas en los sermones fúnebres de Fr. Santia- (2) Cardenal Vives, 280,

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