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-337- -replicaron los conductores-si venimos preveni– dos de no llevarlo? -Por mí - respondió el Siervo de Dios-más que lo tiren en el estiércol. En el convento no ha de quedarse: pobres se encontrarán en esas calles. (l} En Cádiz, el Ayuntamiento le envió dos cajones con medallas, rosarios y objetos de devoción. El Beato los bendijo todos; pero no fué posible que se quedaran allí los cajones. - «No, no; - decia-los que los han visto entrar pueden entender ser otra cosa. No los admito. Sal– gan, salgan prontamente, para que los vean los que los han visto entrar». La misma ciudad de Cádiz le presentó y suplicó admitiese un devotís imo Cruci– fijo. -«Esto es de mucho precio ; no dice , no, con mi estado. >>-Y no lo admitió . No quiso recibir tampo– co en Jaen unos retratos del Santo Rostro con mar– quitos de filigranas, que le ofrecieron de parte de aquel Ilmo . Cabildo, y lo mismo sucedió con otra reliquia que le daba el Arzobispo de Toledo , hasta que le quitaron la guarnición de plata. > (2) El Beato Diego tuvo siempre pasión por los li– bros. Este el mejor regalo que se le podía hacer y el único que admitía, y, conociéndolo los Sres . Obis– pos, le regalaron infinidad de obras. El las llevaba a las bibliotecas de los conventos, que por este medio logró enriquecer de obras excelentes de S . Escritu– ra, Santos Padres, Teología, Moral y Derecho Ca– nóni co. Una vez, en los ejercicios que hizo , viviendo, en Málaga, después de leer «El Capuchino Retira• do )) , entró en su celda , tocó a despojo y exclamó: - «¡Libros de Fr. Diego de Cádiz! ¡Fr. Diego, (1) Cardenal Vives, pag. 279. (2) Cardenal Vives, pág . 280.

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