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CAPÍTULO XXII Pobreza La primera cond ición para seguir a Cristo y ser contado entre sus apóstoles, es la de renunciar a cuanto se posee. Cristo mismo definió cómo debían ser sus discípulos: «No queráis poseer oro, ni plata , ni pecunia, ni provisión para el camino, ni dos túni– cas, ni calzados, ni va ra : digno es de su merced el operario » (1) Fieles a este mandato divino , N. P . S. Francisco de Asís, S. Antonio de Padua, S. Loren– zo de Brindis y el Beato Diego José de Cádiz, des– posados con la santa pobreza, se diri gieron a las muchedumbres , que de otra manera no los hubieran oi do. Cuando apuntaba la revolución moderna, que había de cebarse en los bienes de la Ig lesia y de las O rdenes Religiosas , en los tristes días de la desa– mortización , y que amenaza hoy con la supresión de la propiedad , la Iglesia le hizo saber que tenía ella otros apóstoles preparados, a quienes era imposible robar, desamortizar y perseguir , porque estaban destinados a hablar a las muchedumbres en su len– g uaje , para que, cuando fallara el pilar de la monar– quía tradicional y el no menos robusto de sus rique– zas legítimas, le levantaran a ella , como reina y señora de los pueblos, el trono indestructible de la opinión. (2) (1) Math. X-\) (2) Entiénda se de la sana, nunca en s ent ido liberal.

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