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-331- las palabras del P. Luís A. de Sevilla, fueron los re– lativos a los teatros , y el caso de un Prelado, que mandándole que no predicase de asuntos determina– dos y que se mezclase en otros, cogió el gran Após– to el báculo y el Crucifijo para marcharse, no sin que enterado el Prelado le detuviese , asombrado de su fortaleza apostólica. El Beato sabía muy bien distinguir entre la obediencia a la autoridad y los abusos de esta, cuando se valía de su cargo para contemporizar con el error, sembrar malas doctrinas y escandalizar a las almas. Tan grande como su hu– mildad para sufrir injurias contra su persona, eran su celo y fortaleza para mantener incólume el depó– sito de la doctrina. Aun así, como fuera humanamen– te evitable un conflicto con la autoridad y el poder público, aun a costa de su reputación, lo evitaba, y sólo cuando se trataba de sembrar doctrinas heréti– cas o causar daño a las almas, era inflexible en de– fender los derechos de Dios. El Beato Diego, a semejanza de Nuestro Señor Jesucristo, fué obediente hasta la muerte . Por obe– decer se sobrecargó de trabajos y se agravaron sus enfermedades. En medio de ellas, obligado a contes– tar a ciertos cargos que se le hicieron, como la dela– ción de sus escritos, escribió a un confidente suyo: «Mucho se han agravado mis males y con ellos van cayendo del todo mis fuerzas. No creo poder eva– cuar el gravísimo encargo en que me han empeñado. Ruegue usted a Dios que me conceda la vida, si– quiera el tiempo que para ello necesito y no me diga usted que lo deje para otro. ¿Quién sabe si lo habrá? Es menester obedecer a todo precio, y acordarse que más quiso jesucristo obedecer a su Eterno Pa– dre, que conservar su preciosísima vida. » (1) Así (1) P. Luis A. de Sevilla , pág. 225.
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