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-29- como en los panegíricos, entra el fuego, la pasión, el movimiento, y hasta la luz y el colorido. No negaremos que es difuso. Lo confiesa él mis– mo , y también la causa de ello: «el cu idado de apo– yarlo todo con la suficiente doctrina y autoridad que le corresponde. > Por lo demas, Dios nos dé al Padre Larrañaga y a mí el escaso movimiento oratorio, que revelan sus «sermones impresos >> , y la seguridad asombrosa para tratar tantas y tan di– fíciles materias, tan propens'lS a resbal ar y caer, entre las cuales se desenvuelve con rara agilidad esa pobre medianía , que crece en proporciones a medida que se la estudia. Mayor dificultad supone resolver esta confesión que hace el Beato Diego, escribiendo al P. Puigcerdá: «Corno no escribo con inspiración o ilustración, sino a costa de estudio y de trabajo, no extraño que se encuentren entre mis papeles miles yerros e ig– norancias » Admitamos, puesto que él lo confiesa, que no tiene superior inspiración o ilustración para escribir. Mas aun admitiendo que no haya inspira ción directa, ¿es posible que de tantos sermones so– brenaturales, de tantas ilustraciones sobre los miste– rios principales de la religión, de tantos y tan rega– lados favores divinos n0 se refleje nada en ~us ser– mones impresos? iY tanto corno se refleja! ¿Donde tenían los ojos los hombres del siglo XVIII para no ver las terribles profecías en ellos conten idas? ¿Córnc no los abrieron para evitar a su patria los castigos divinos? (1) Llevar esta confesión del Beato Di ego hasta el extremo de creer que sólo expe.imenta la asistencia (1) Cartas al P. Puigcerdá , 30 de agosto de 1793. -Véase más adelante dicha carta, que insertamos ríntegra.

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