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-321 - defendiéndolas en el púlpito , principalmente en la oración fúnebre del V. fr. San tiago Melgar y en la del P. Ortiz, apologías ambas del estado reli gioso, y no menos queda consignado que uno de los pu ntos de la delación en la que murió envuelto fué exa ltar demasiado las prerrogativas del mismo. Junto a esta defen sa de toda su vida, está la labor callada, os– cura y perseverante, de su predicación a los religio– sos y religiosas, que era una de las obras principales de sus Misiones. Investido de la autorización de los Prelados, como Visitador , entraba en la clausura de las religiosas y procuraba reavivar el fer vor en los claustros y restablecer la vida común . ¡Qué de vic – torias consiguió! ¡Cuántas almas escogi das ll evó a Dios y cuántos conventos cambiaron de aspecto con su doctrina celestial! ¡Y qué ánimo, qué aliento, qué ejemplo ver entrar y hablarles y ll enarles de consue– lo un santo auténtico y viviente! (1) (¡) ;Por este estilo era su veneración a las Religio- 11es. Convengamos en que no estamcs eu les siglos de su gloria y en que nuestros días no son comparables en esto a los an tiguos, sin que nos metamos ni por pienso a indagar ! H rn11sa, 011 0 s sólo debemos tratar de llornrla, sea la que fuese, y rogar a Dios la dr struya para que vuelva n los a11os de nuestro honor. Lo que en parte sabia, veía y oía nuestro Fr. Diego era un cla– vo que traspasaba su co razón, y toda fnmilia religiosa debe e~tar per,-1mdicta nue tnvo C:'n él un defensor, 1111 aoologi,ta muy digno de ser comparado a los antiguos y los posteriores. Si se diese a luz lo que sobre este asunto escribiú, la corresoondeucia que siguió añus en– teros con el Excmo . Sr. Marqués de la Sonora, primer secretario del Despacho universal de lnd;as, con moti– vo de la fundación de conventos nuestros en la Améri– ca y las r espuestas a las cons11ltas que le hicieron sobre r etormas en tiempo de l Sr. D. Carlos 111, no habría Re li– gión que por esta parte no lo estimase con proporción debida a lo qu e se spr eció por igual r especto a un San Jer ónimo, San Buenaventura, Belmmino y otros que
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