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- 28 - poco literato, mientras que el autor de los sermones predicados es el Fr. Diego, en cuyos labios se po– sa el Espíritu del Sefior? » (1) Hasta aquí el P. Larrafiaga. No intentaremos discutir este juicio. Cualquiera apreciación nuestra se creería inspirada por la pasión y el carifio; ma!:> como creemos que su autor ha extremado su juicio , vamos a hacer algunas observaciones. Suceae, en materia de profundidades que, cuan– do se cree tocar el fondo del abismo con las manos , la sondP. revela la ilusión óptica padecida. No es que el fondo sea poco: es que la transparencia es mucha. Lo mismo acontece con la originalidad. En cierta clase de oratoria, y más si se tratan materias de fe, de moral y de mística, la verdadera originalidad con– siste en no tenerla. Cuando nuestros ·Predicadores Apostólicos han de anunciar las verdades eternas a Su Santidad y a la Corte Pontificia, en los sermo– nes de Adviento y Cuaresma, los textos de la Sagra– da Escritura y Santos Padres, debidamente enlaza– dos, dicen lo que deben decir, con la delicadeza po– sible, y sin que nadie pueda darse por ofendido de la palabra de Dios. Suplirla con la grandilocuencia , ni convendría al lugar, ni al orador, ni a las augus– tas personas a quienes se habla. El Beato Diego, como embajador de Cristo, se elimina para que apa– rezca Dios a quien representa. Afiádese que es «frío en genera l y nada ardiente en los afectos» ¡Claro! Como la mayoría de los ser– mones son oraciones fúnebres, se polariza con el hielo de la muerte. Mas cuando el asunto lo permite, (1) Beato Fr. Diego José de Cádiz, por Victoriano Larrañaga, S. ] .-«Grandezas Españolas. »-Madrid. -Admón. de Razón y Fe, Plaza Santo Domingo, 14. - 1923, pág. 144.

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