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-312- sultantes , desprecios los sufrió con invicta humildad . En Málaga, en sus primeros tiempos, tal vez por pretender convertir a un pecador, lo echaron de una casa y le amenazaron con tirarlo de cabeza al patio. Amor a la humi:lación.-Sufrir con humildad los desprecios y humillaciones no e5 poco; pero es heroico el buscarlas, como sucedió en el caso que nos ha conservado el P . Alcober. En un pueblo atri· huyeron al Beato Diego un hecho que no fué suyo. Dióse por o•endido de él un sujeto de autoridad; súpolo el Siervo de Dios, y, aunque inocente, fué a su casa con el deseo de darle una satisfacción. Pre– guntado más tarde el Beato por una persona de su confianza , sabedora del caso, respondió que le pare– cia que dicho seño r no había quedado satisfecho, porque salió por otro registro, y volviéndole a pre· guntar esta persona por qué no lo había dejado con · vencido, respondió: -«De intento no lo hice, porque, siendo tan hábil dicho sefior, se me proporc ionó la ocasión de que conociese era yo un t<Jnto. Si le hubiera dado res· pues ta, pud iera mudar este concepto, que sob re todo estimo, porque éste pod ía propagar lo a otros y lo– grar yo por este medio el que me conozcan tal como soy. Para con Dios ya estoy vindicado en esta par· te, lo demás poco importa. En el proceso de beatificación se cuenta un caso que pone de relieve su humildad. Estaba el decl a · ra nte en su cuarto con un Religioso franciscano del Colegio de Misioneros del Espíritu S anto, cuando ll amó a la puerta el Beato Diego. El P. Alberto al instante se echó a sus pies para besárselos; pero el Siervc, de Dios, más rápido aun, se arrodilló también para besárselos a su vez. Porfiaban los dos, buscán– dose los pies, y ninguno daba con los del otro, por más que con repetidas súplicas se los pedían, hasta

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