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-27- de Cádiz )) , de la colección de «Grandezas Españolas » que, no obstante el afecto y veneración que nos me– rece, discrepemos de él, al juzgar los sermones im– presos del Siervo de Dios . Citaremos antes sus pa– labras: «Y todo este trabajo y esfuerzo, para darnos un sermonario más, que se cae de las manos y apenas es tolerable en sus trozos mejores. Cierto que no espera uno sorprender en estas producciones a un retórico acabado, y menos a un literato; ¿qué le im– portaban a tal hombre-como dijo de él Menéndez y Pelayo- las retóricas del mundo, si nunca pensó en predicarse a sí mismo? Pero la impresionabilidad y grandeza de su corazón, tal como se retrata en al– gunas de sus cartas al P. González, hacían esperar, si no piezas completas , trozos al menos en que se re– velara el aliento poderoso de su pecho, y donde en algún modo, aunque imperfecto, nos diera, como en relámpagos fugaces, la visión aproximada de suelo– cuencia sobrehumana. Nada de esto. Poco profundo y original en sus pensamientos, rayanos con fr ecuencia en la vulgari – dad; frío en general y nada ardiente en los afectos; de escaso movimiento oratorio; difuso siempre en la exposición, ya por su «ignorancia del estilo y método oratorio; ya por el enramado o entretejido de sub– di visiones, de que se componen- como él mismo se expresa -y ya por el cuidado de apoyarlo todo con la suficiente doctrina y autoridad que le correspon • de »; (1) desaseado, por fin, en la frase, sin colores ni luz, como vulgar en el estilo: apenas levanta su vuelo más allá de una pobre medianía ... ¿Quién no ve, pues, que el autor de los sermo– nes impresos es el Fr. Diego amargo, desolado y (]) Carta antes cit. Llevaneras, pág. 321.

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