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-307- vil, el más ingrato, el más desconocido, y por eso el más pésimo de los hombres, por mi dureza, por mi ceguedad, y por mi terca, maliciosa y porfiada, si no obstinada y refinada resistencia e ingratitud. ¿Quién, sino yo, amado Padre mío, al leer las altísimas y po– derosas cláusulas de sus divinas cartas, que casi evi– dentemente conozco dictadas de superior luz, pues me hablan más al interior, que a lo que las mías expresan; quién, digo , no se desharía en lágrima::,? ¿Quién no ardería y se abrasaría en amor de Dios? ¡Sólo yo! ¡Sólo yo, que así antes como después , persisto en mi culpa y no salgo de mi cieno! » (1) Sería no terminar nunca condensar aquí los sen– timientos del humilde Fray Diego. Vamos a pasar a los hechos. El buen humor, el desprecio de sí, la gracia nativa con que sazonaba su humildad no le de– jaron nunca. Todo el empeño que pusieron 1~1demás en honrarlo, lo puso él en humillarse. Caso del retrato -Se enteró en San Fernando que una señora, tan ilustre como sencilla, se procuró un retrato suyo, lo mandó adornar, lo colocó en su alcoba, y rodeándolo de luces y flores, juntaba allí su familia y hacía ante él sus devociones. Llegó esto a noticia del Beato, y le entristeció sobremanera. Se informó de la hora en que se juntaban, se fué a la casa, aunque era de gran respeto , entró en el apo– sento , y, todo inmutado , empezó a reprender a la se– ñora con gran energía, descolgó el cuadro, lo tiró al suelo y lo hizo peda zos, diciendo: «Así deben todos tratar al retrato y al original de un pecador, que por sus ingratitudes merece ser hollado de los demonios » La señora se echó a ll orar , y el Beato, mudando de tono, la consoló , la instruyó con particular dulzu– ra, y se retiró, dejándolos a todos edificados. En el (1) «El Director Perfecto». Carta de 12 de septiem– bre de 1777

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