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- 305- o aflicciones que vienen de su mano, juzgándose acreedor por sus pecados a esos y aun mayores cas– tigos, porque el Señor, como justo, todo lo dispone, según nos conviene; y el que nada se atribuye a sí de los favores y gracias que Su Majestad le dispen– sa, ni con ellos se engríe o ensoberbece, sino que todo lo refiere a su infinita bondad y misericordia, dándole gracias por el lo, este es para con Dios ver- 9adero humilde ». «Cuando sucedía alguna cosa ad– versa , repetía muchas veces, lleno de confusión y de amargura, que aquel era un justo castigo de Dios por sus pecados, y como quien de ello no dudaba, hacia cuanto le dictaba su fervor por aplacar las iras del Señor con nuevos y mayores actos de humildad y de mortificación, cual si él foese únicamente el culpado y a é l solo le correspondiese desenojar a la a la divina justicia. En las ingentes tribulaciones, en las penosas, graves y prolijas enfermedades y en lo mucho que casi de continuo padecía, jamás se vió su ánimo apurado, ni dió a entender de modo alguno que le fueran aqllellas penalidades insufribles. Con – fesab a ingenuamente que aun no le castigaba Dios ni le afligía, según una parte pequelia de su mé rito». <' Los favores que Dios le nacía y las gracias que le dispensaba producían en su corazón vivísimos sentimi entos de su mayor humillación. Atendía en cada uno de ellos la especial miserico rdia del que tan libern l como gratuitamente se los concedía; su demérito para que así lo hiciese, y la mayor res pon – sabilidad y cargo que por la desmedida ingratitud, que é l y no otro en sí mismo veía le resultaba; y todo este conjunto era en su estimación de tanto peso , que le obligaba a humillarse hasta el profundo del más ejemplar abatimiento ,>. (1) (1) Beato Diego José de Cádi z «El Ermitaño per– fecto », pág. 425.

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