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- 302 - campo, no con el bruto más estólido, ni con el gusa– no más contemptible de la tierra, porque, decía, que ellos no habian ofendido a su Criador y él sí le ha– bía infinitas veces agraviado. Ni aun con la de Lu– cifer le parecía comparable su maldad, porque-re– flexionaba-que po r aquel no había padecido y muerto en una Cruz el Hijo de Dios , como por él. Esto le hacia no hallar en todo el mundo, ni en el cielo, ni en la t ierra, ni aun en el abismo del infier– no lugar proporcionado a su demérito, y aun se imagi nélba que mil infiernos no eran bastantes para castigar su ingratitud » << De aquí seguía con la consideración a los aiios de su vida ven idera. Veía en ella lo incierto de su perseverancia en el bien, lo posible y aun fácil de cometer un pecado y lo inscontante y frágil de su prop ia voluntad. Se hacía cargo de la caída de los ángeles malos en el cielo , de la de nuestros prime• ros padres en el Paraíso, de la de S an Pedro y de– más apóstoles en la escuela de Ntro. Señor J esucris– to, la noche de su Pas ión, y de tantos otros varo– nes santos que las historias nos referían. Ponderaba mucho lo incomprensible y profundo de los juicios del Señor, y que , por más que el hombre haga, jamás llegará a conocer naturalmente si es digno de su amor o de su odio, y todo esto le causaba una humillación y abatimiento saludable y profundísima » «Aquel «puedo pecar », que solía repet ir en su interior, no es dec ible cuanto y hasta donde le humi – llaba. Era necesario por eso poder manifestar ade– cuadamente cuales son los sentimientos de un alma, que, amando a Dios con verdad, considera que algu– na vez puede ofenderle; pero esto es enteramente imposible . Baste decir que era 1 na agudísima espa– da que hería de continuo su corazón con el dolor más penetrante. Amaba intensa y tiernamente a su

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