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- 26- está ese desaseo y esa vulgaridad, que nosotros no acertarnos a encontrar? ¡Desaseado el pulcro, el correcto, el finísimo Apóstol de Andalucía, aristó– crata de la sangre y del espíritu, y habituado al tra– to con lo más selecto de la sociPdad! No es esa la explicación de lo que algunas veces nos disuena en sus escritos. Para juzgar al Beato Diego José de Cádiz, estimarnos que es un error co– locarnos en el siglo XX. No en vano ha trascurrido siglo y medio. Al cabo de 150 años ¿no quedará algo anticuado el lenguaje del mismo Menéndez Pelayo y aun el nuestro de principios del siglo XX? La evo– lución del lenguaje adoptará forma distinta de la actual, que es precisamenle lo que nos sucede con los escritos del Siervo de Dios. Frases que entonces eran corrientes, hoy no lo son; giros que estaban de moda, hoy no lo están; muchas palabras han variado de significación y de sentido, de lo cual pudiéramos citar algunos ejemplos. Asi, nos disuena todo esto,. que entonces Pstaba de moda y era de uso corrien– te. Si de algo se resiente su lenguaje es del empleo de latinismos, a causa de beber en fuentes latinas. Esto aparte de la impresión detestable y de la or– tografía anticuada, que contribuyen a destrozar los más hermosos periodos. Sólo admitimos corno atenuante de este juicio de Menéndez Pelayo, el considerar que cuando escribió «Los Heterodoxos Españoles » era casi un niño; y además que el sabio polígrafo sólo conocía una parte mínima de los escritos de nuestro Apóstol. ¿Qué re– paro se puede poner, en el fondo ni en la forma, a esa joya de nuestra mística , que se titula «El Direc– tor Perfecto y el Dirigido Santo », aparecida hace un corto número de años? Nos va a dispensar el R. P. Vitoriano de Larra– ñaga, S. J. , autor del tomito «El Beato Diego José

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