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- 293 -- ¡Ojalá que me desterrasen, y que fuese a Filipinas, porque estaría cerca del Japón, donde oigo decir que va haciendo progresos la predicación del Evangelio. Ruegue usted al Señor que suceda, pues al menos lograré allí ser doctrinero, y podré decir: Ahora comienzo. Mas en el ínterin tratemos de cumpl ir acá nuestro deber. ;> No pasó tampoco nada. De un eclesiástico muy respetable por su ciencia y di gnidad - cuenta Ortiz y Zárate - que a fin de ex– perimentar la solidez de su vi rtud, lo insultó repen– tinamente, tratándol e de hipócrita , con tono y pala– bras tan duras , que no dejaron de escandali zar a cuantos las oyeron e ignora ban el motivo de este aguacero de improperios. El Beato Diego, muy se– reno , contestó que verdaderamente él era lo que le decía y mucho más . Quedáronse todos asombrados ant e tanta paci enci a y humildad. Al día siguient e el Siervo de Di os se fué a casa del eclesiúst ico , dicién– dole muy de corazón, que él quería honrarse con su amistad y sus consejos, pues nadie podía dárselos tan buenos, como el que tan bien le conocía ;> (1) Dentro de la Orden se puede decir que no tuvo enemigos. Si hubo alguna vez superiores impruden– tes, que quisi eron experimentar su es píritu, al ver la paciencia y humi ldad del Siervo de Dios, no pu– dieron contener sus lágrimas . Superiores y súbditos miraban al gran Apóstol con el legítimo orgull o de tener un hermano santo, al que toda la ciudad en masa buscaba y veneraba. Por esto, cuando entraba en el convento , desde el Padre Provi ncial hasta el último, lo envolvían en una atmósfern de cari fi o y atenciones, con no poco sobresalto de su humildad. Hemos puesto en claro el porqué del retiro de Casa– res, determinación que tomó el Padre Francisco J. (1) Relación de Ortiz de Zárate, fol. 5

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