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- 291 - pudo. Sab iendo otra vez que escribían y hablaban contra él, sólo se le oyó excusarlos de este modo: -«Están tan embebidos en sus negocios, que no t ienen t iempo de reflexionar a este particular. Yo soy el imprudente, porque podía buscar más opor– tunidad. )) (1) Otra vez le dijeron que se había escri· to contra él. y exclamó: -«Ya sé de eso bastante. Esos sujetos piensan que sus dictámenes son más acertados que los míos. No los defienden por oponerse a mí, ni jamás he sos– pechado que lo hacen por ofenderme )) . (2) A los que le perseguían y calumniaban los tenía por sus más grandes amigos. Recuérdese el caso del oficial del Puerto de Santa María, que compuso las coplas contra él. La venganza que tomó fué sacarlo del arresto e interceder con el Capitán General para que rompiera la orden de castigarlo. No se dió el carn de que el Beato Diego se defendi era de una calumnia contra su persona, su honor, su fama o su saber. Lo que no consintió nunca fu é que se pusiera en te– la de juicio su fe y su doctrina. Esta era la única excepción en que llegaba a defenderse , y esto con invicta mansedumbre y paciencia . , ~#¡' Amenazas de muerte. - Entre las varias veces que lo quisieron matar, recordamos la de sus Mi– siones de Galicia. Hablaba en Vigo con bastante ardor contra los errores modernos, y no pudiéndolo sufrir un exaltado y fanático, pensó darle un golpe en pleno púlpito y dejarlo en el sitio. El Beato Die• go al oirlo tuvo un ligero extremecimiento, y sólo respondió que lo que sentía era que aquel hombre no lo hubiera realizado. ¡Se había perdido la ocasión de morir mártir! . (1) Cardenal Vives, pag. 270. (2) Cardenal Vives, 270

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