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-25- aquí un juicio crítico y deshacer no pocas inexactitu– des que se han escrito e impreso respecto a ellos. Del Beato Diego nos quedan cinco tomos de ser– mones, impresos desde el 1796 en adelante; las obras póstmras, sermones y conferencias en su mayoría; y finalmente «Las ideas panegíricas )) o sea varios to– mos de croquis o esquemas de cuanto predicaba, gracias a la previsión del P. González, que le man– ctó conservarlos por escrito. Menéndez Pelayo, en el juicio que acabamos de ·insertar, los califica de «letra muerta »; juzga su es– :tilo «vulgar y su frase desaseada » y nos lo presenta _poco meno menos que reñ ido con la retórica. Cuando se trató, a ra iz de la beatificación, de erigir un monumento al Beato Diego, editando sus -obras completas, tuvieron la mala ocurrencia de con– sultar a Menéndez Pelayo; y éste contestó que la impresión de ellas más perjudicaría que fa vorecería al Siervo de Dios, porque , escritas bajo la depresión que seguía al acto de predicar , no daban idea de lo que fué su elocuencia. Perdióse así la ocasión, que -difícilmente volverá a presentarse , de ha ber editado sus escritos. Admitimos que el estilo del Beato Diego sea sencillo, pero no vulgar y desaseado. La sencillez -es la primera cualidad del Apóstol rle Cristo y de su elocuencia. El judío le pide mil agros, el griego sa– biduría y aticismo : el les predica a Cristo crucifica– do. Los adornos y galas oratorias serían en sus la– bios una profanación, y aun nos atrevemos a decir que el mérito principal del Beato Diego fué prescin · dir de la retórica gerundiana, fríamente académica y falsamente clásica de su tiempo, e irse derechamen– te al asunto y exponerlo con toda claridad. Nuestros lectores han podido leer por sí mismos, a lo largo de -esta vida, infinidad de cartas y documentos. ¿Dónde

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