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-284- Si terribles eran sus cilicios, no lo eran menos sus disciplinas, que fueron ordinariamente tres al día. En las de Comunidad sobresalían siempre los golpes del Beato Diego, y en las particulares era ordinario encontrar el pavimento y las paredes salpi– cados de sangre, de modo que, con la continuación de ellas, era su cuerpo una pura llaga. Cuando en sus Misiones no veía la conmoción de los pueblos y la conversión en masa de los pecadores, se atribuía la culpa, creyendo que por sus pecados impedía la conversión ·de las almas. Eran entonces atroces sus penitencias, y en la oración se deshacía en gemidos y lágrimas. Muchas veces tuvieron que intervenir los Prelados o sus compañeros,· temiendo por su existencia, como sucedió en Ecija, y a las reconven– ciones del Superior, respondía:- «¡Ay Padre! Son muchos los pecados de este rebelde pueblo, y en los que nos dedicamos a procurar su conversión se ve– rifica en el modo conveniente el: Possuit Dominus in eo iniquitates omnium nostrum. » (1) «En la Misión de Andüjar, parecióle en uno de los días en que predicó, que su sermón no había causado todo el efecto que se prometía de un numeroso con– curso que le escuchaba y con ansia le seguía, siendo la materia del sermón la más interesante al auditori o. Llegó al convento, de vuelta del sermón, acompaña– do de la nobleza y principales del pueblo, tanto del estado secul ar como del regular, y seguido de mucha parte del concurso. Despedido de todos con urban i– dad y política , se dirigió a un sitio retirado y ocul · to , y se dió una tan horrible disciplina, que puso en espanto a todos los que por casualidad la oyeron , y tant o, que di vulgándose por el convento, cada cual , (1) P. Lu is A . de Sevilla , pág. 305.

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