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- 283- vida, se valieron de su autoridad y le obligaron mu– chas veces a alimentarse. En una de estas enferme– dades, previa consulta de los médicos , le ordenaron que no ayunara. El Beato Diego contestó sonriendo: - «Fray Diego, ya tienes licencia para ser glo– tón. ¡Qué buena oración haréÍS ahora, según aquello: El vi entre lleno alaba a Dios! )> No se quejó nunca del frío, ni del calor, ni del cansancio, ni de sus enfermedades . No hubo manera de que se arrimase al fuego en invierno , ni de que buscara el fr esco en verano. En sus enfermedades no se le oyó una queja. Resignado y sufrido, si los enfermeros o perspnas a su cuidado no ten ía n cuenta de él, no se le veía desplegar sus la bios. Cilicios y disciplinas. - Mas lo que verdadera– mente es pa nta y sobrecoge al ánimo más templado son sus ma ceraciones. üsó siempre un cil icio, espe· cie de chaleco de hierro con las puntas del alambre hacia adentro, con el cual acostumbraba a predicar sermones de dos y tres horas ; otro grande de cintu– ra , va rios de brazos y piernas , y una especie de ju– bón de cerdas que le impedía casi andar y se pon ía en los caminos. En estos iba buscando los terrenos más pedregosos y abruptos para sufrir más . En el pecho llevó toda la vida de sacerdote un a cruz con puntas haci a dentro, y además una seri e de cadenas que le rodeaban la cintura, subían al cuello, al que sujetaban con una argolla, obligándolo a anda r encor– vado y sin poder levantar la cabeza . Cuando le pre– guntaban por qué andaba tan encorvado en sus últi– mos años, solía responder: -¡Qué ha de ser! La tierra me llama, y el ju– mento va tirando a ella para descansa r». (1) (1) P. Luis 1\.. de Sevilla, pág. 30G.

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