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- 257 - taba escondida su vida con Jesucr isto, en quien él. vivía y en quién él verdaderamente habitaba ». (1) Cari dad hero ica. - ¿Se pueden decir cosas más– divinas de la caridad? Sí, y seguiremos copiando al Beato en este retrato involuntario de sí mismo : «Sa– bía enardecerse tanto en sus afectos y en los deseos de amar a Dios, que envidiaba la feliz suerte de los bienaventurados, y quisiera dejar dé ser viador, amarle con la fuerza, seguridad y vehemencia con que le aman los comprehensores en la patria. Muchas veces pedía su corazón a la Santísima Virgen Nues– tra Señora; otras deseaba robarle el suyo a la sacra– tísima, deificada y gloriosa Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, para de ese modo amarle como ellos le aman. Vez hubo que, engolfándose en el in– sondable piélago de la divinidad, se encendió en los. más vivos deseos de amar al Señor con el propio in– finito amor con que él a sí mismo necesariamente se arna ». (1) ¡Qué caridad! ¡Qué audacia sublime la del amor del Beato Diego! No es de extrañar que a la preg n– ta del P. González, tratando de sondear aquella ca – ridad inmensa, responda con esta ingenua y divinísi – ma página: «¿Cómo vive mi corazón y donde rnora?-rne· pregunta usted .-¿A qué propende? ¿Qué querría, si se le llenase su querer? Confieso que soy oscurí– simo para entenderme y más para explicarme. Me parece vivo en una prensa estrechísima, porque, viendo mi obligación y necesidad de ser todo de Dios , no lo soy. Vivo con una sed i.nsaciable de l!llil mi Dios, para agradarle en todo , y no lo logro ni lo procuro. No hallo cosa que llene mi deseo, aunque (1) Beato Diego José de Cüdiz. El Ermitatio Per-– fecto , pág. 490.

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