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- 25G- abrazar el rígido instituto de la vida religiosa y de ·cuanto practicó en él con respecto a la santificación y salvación de su alma. Su amor a Dios parece que, subiendo de grado en grado, llegó hasta el de la perfección, según las reglas que nos dan los santos. Porque lo amó prime– ramente como a causa necesaria y total de su justi– ficación en los principios de su conversión; después lo amó como a su liberalisimo Bienhechor por los in– numerables beneficios que había recibido y esperaba recibir de su mano; y últimamente, habiéndolo cono– cido en la oración, en la lección espiritual y en lo continuo de su trato interior y devoto, como infini– tamente bueno y perfectísimo, 1 J amó por ser quiP.n es y por sus perfeccic.nes iHfinitas. Lo amó perfecta– mente en la observancia perfectísirna de sus divi– nos mandamientos, y en la práctica de los santos y espirituales consejos de su divino Evangelio, como sus mismos hechos lo testifican. Lo amó, no sólo con la perfección que llaman de necesidad y de suficien– cia, porque limpiando su alma y conservándola lim– :pia de culpa, se dedicó por Dios al ejercicio de las virtudes; mas también con la de excelencia y santi– •dad, que consiste en el ardiente deseo y continuo es– tudio de la virtud y de la perfección, en la que cier– tamente fué vigilantísimo y singular, y ya se sabe que esta incansable e incesante solicitud de llegar a ser perfectos es propia de los que ya lo son o que por tales pueden reputarse. Lo amó, finalmente, con aquel amor fuerte como la muerte, que le redujo al feliz estado de morir para el mundo y los apetitos ,de la carne, y vivir únicamente para Dios, donde es- (1) Beato Diego José de Cádiz. El Ermitaño per– fecto, pág. 588.

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