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-22- tura!. Unase a esto un conocimiento a fondo del asun to, que agota la materia, a manera de un reflector que ilumina las tinieblas con el foco potente de sus rayos , una maestría en el desarrollo y la exposición admirable; una manera de probar desconcertan te, porque el texto de la Sagrada Escritura o de los San– tos Padres viene como clavado y se clava a su vez en el alma. El mismo Siervo de Dios explica esta manera de argumentar, comparándola a una especie de torno, que no permite efugio ni sa lida , hasta dejar rendida y sin escape a la razón. Sobre estos dotes, posee una vehemenci a extraordinaria en el repren– der, hija en parte de su carácter bilioso nervioso y del espectáculo degradante de la imp iedad y licencia que lo sob reexcita. Es la indignación que debieron s entir Elias, Jsaias, Jeremías y el Precursor ante las preva ricaciones de su pueblo. Error, vicio, maldad a los que clava la za rpa este león form idable, queda allí destrozado y confundido en pleno púlpito. Súme– se a esto una fuerza de persuasión irresistible, con la que se apodera absolutamente del auditorio . El público a voces le promete hacer lo que le pida , bien sea demol er un teatro, quemar los libros malos, su– primir diversiones pecami nosas, o reconciliarse de corazón los enemigos. Los afectos vienen al final , a coronar la obra. Lo más grande que hay en este hombre extraordinario, después de los dones sobre– naturales , es el corazón, y su corazón apasionado y tierno es el que habla alternativamente con el audito– rio y con Cristo, con acentos inimitables. Es el orador meri dional, en el que la imagen, los afectos, la ter– nura, el fuego, la pasión acaban por apoderarse del auditorio, que pasa sucesivamente de la simpatía a la admiración , de la admiración al convencimiento, del convencimiento al terror, del terror a la contri– ción y al amor divino, y del amor al llanto. En un

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