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- :25--1 - en la bienaventuranza]; o en la misma criatura, mi– rada su posibilidad en esta vida, que consiste, dice el Sc111to - en qui tar todo lo que repugna a la verdad de la divina dilección, no sólu de cuanto es contra– rio a esta esencialísima virtud, como lo es el pecado mortal, sino también de lo que im~ e a los afectos del alma para que, en todo lo que es posible a un viador, se ordenen y dirijan a su Dios ». ,> (1) Siendo esta la caridad, o sea «la virtud sobrena– tural por la cual amamos a Dios por sí mismo y al. prójimo ¡-or Dios )) ¿cómo lo amaba Fr. Diego? Siga– mos oyéndole: «Siempre han sido y son precursores de los afectos de la voluntad los actos del entendi– miento, porque no puede amar ni aborrecer aquella potencia lo que ésta no le propone primero como amable o aborrecible. De aquí es que el amor a Dios en un <ilma se introduce y se acrecienta a proporción del conocimiento que adquiere, o se le da, de su in– fálible bondad y de sus perfecciones infinitas. Esta divina ciencia se estudia y se aprende en las aulas de la oración mental, donde, siendo el Espíritu Santo– el principal maestro, son por consiguiente altas y su– blimes las noticias que al entendimiento se le comu– ni can del Sumo Bien y las que este propone de aquel divino objeto a la voluntad para que las ame. Por esto vemos que las personas muy dedicadas a la oración"son muy amantes de Dios, y aprovechan mu– cho en la verdadera caridad. Por esta regla infalible podemos venir en conocimiento del fuego de amor a Dios en que se abrasaba el bien dispuesto corazón de este su Siervo, porque, habiendo sido continua y fervorosa su oración, era como consiguiente que lo amase mucho , por lo mucho que en la oración traba - ( 1) Beato Diego. Sermón fúnebre del Padre Ortíz, pág . 200.
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