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-'.!.51- llena los pies dejesucristo , mi Redentor, y no a los del demonio, mi enemigo. ¡Viva la bondad infinita de mi Dios! ¡Viva su amor a los pecadores! ¡Viva , viva mi Dios, misericordiosísimo para este pobreci– llo y los demás que le han ofend ido! Sr. D . N. Interin no piense usted así, repito que no se acuerde de buscarme, pues yo llamo, busco y quiero pecadores confiados, y no justos sin esperan – za. Nuestro amable Dios dé a usted esta y las de– más vir tudes que le faltan y necesita, como se lo ruega un pobre pecador, que vive , y qu iere vivir y morir en la esperanza de su amabilísimo Salvador. fH. DIEGO J OSÉ DE LA ESPERANZA. P. D. No quise leer más que hasta la expresión que va rayada, y esto me sobró qara arrojar de mi la carta y afligirme demasiado. No vuelva usted a pensar semejantes loquísimos desatinos. » Esta severísima reprensi ón causó el efecto ape– tecido . «Me extremecí - afi rmaba llorando el que la recibió - al leer la carta de nuestro Fr. Diego. No sabía donde estaba; pero también conocí haber sali– do de una especie de oscuridad a un campo de her– mosa luz con tan áspera repuesta, y desde entonces mi alma respira y vive en la esperanza ». (1) (2) P. Luis A. de Sevilla, pág. 137.

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