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- :¿50 - sima Trinidad la humildad que nace de tal descon– fianza de su misericordia. Maldito el ángel que la inspira y malditos los efectos que ella produce en quien la abriga. Sr . D. N.: Si usted ha de seguir pensando tan bajamente de la bondad de D ios, ni se acuerde de que vivo, ni que tu vo tal am igo, ni vuelva a tomar la pluma para escribirme, ni hagd oración por mí, pues no necesito de st1 oferta y fineza para cosa alguna. Yo soy un infeliz pecador , que, habiendo abusado y abusando continuamente de la piedad del Señor, me– rezco me abandone a mis delirios, y no tengo otro consuelo que la humilde segurisima esperanza en su infinita misericordi a. Maldita humildad, rep ito, la que para humillarnos delante de Dios, pone en noso– tros o más culpas o más malicia de la que su bondad puede perdonar . ¡Nl aldita sea mil veces, maldita sea semejante humildad! Allá le devuel vo a usted su de– satinada carta, que ni eso quiero conservar de quien tan abiertamente deshonra a D ios en su misericord ia y tanto la agravia con su desconfianza. La puerta del cielo es la esperanza, la del 111fier– no la desconfianza y la impenitencia que a ella se sigue. Infiera usted de aqll í qué buena podrá ser la humildad, que nos llevará a los abismos, sí la segni · mos. Confieso que soy el mayor de los pecadores , el que más mal ha usado y correspondido a los auxi – lios y gracias que debo al Sei'íor; protesto , como ver– dadero católico, que hay en D ios sobrada misericor– dia para perdonarme y salvarme . Tan firme estoy en esto, que creo también, que si un condenado , o el mismo Lucifer, hiciese un acto f ervoroso de espe– ranza, Dios le había de perdonar y llevar del abismo al cielo. Lo creo, Dios mío, lo creo ; y daría mil vi – das que tuviese en defensa de esta verdad. Yo quiero, Sr . D.N., que mis pecados me humi-

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